“Fuego que encendía,
la labor de parto,
el cuerpo-madre,
se entregaba al combate,
contra un animal salvaje:
su propio animal.”
–“Octubre,” Al inicio de la vida, Martha Arotingo

“Un parto es como una revolución,” le dice Martha Arotingo a su hija Itzel en el poema “Octubre,” que escribió como parte de su poemario Al Inicio de la Vida en 2021 (49). Habla de lo que es dar a luz durante la revolución política y cultural, cuando la gente sale de sus casas para alzar su voz en protesta y lucha por el cambio. En este poema, Martha cuenta la historia de tener que caminar 12 horas para atender un parto en Quito. El paro inmovilizó las calles del Ecuador y solo andando a pie se podía llegar al nacimiento. El poema habla precisamente de ese parto que atendió Martha en tiempos de revolución y a la vez, a fondo, nos cuenta algo más. Parir es revolucionario. Decidir cómo queremos parir es una manera de desafiar los sistemas que reprimen nuestra libertad con la violencia. La labor de parto es una travesía que solo cede hasta llegar al fin, o más bien, al nacimiento, al brote de una semilla. El nacer de una vida nueva requiere valentía, le cuenta Martha a Itzel. “Así deberás caminar siempre: fuerte en la vida” (51).
Martha Arotingo es partera tradicional Kichwa de los Andes de Cotacachi. Ella aprendió el arte de su madre, María Luzmila, quien empezó su camino de partería aprendiendo de sus propios partos. Con ellas tuve el placer de convivir por dos semanas en enero de este año. Mami Mila, como le llaman todos de cariño, me cuenta que a ella la acompañó una partera en sus primeros partos. Llena de interés, Mami Mila prestó mucha atención a todo lo que hacía su partera por si algún día, le tocase hacerlo ella. De alguna manera, esto se manifestó. Luzmila se mudó a otro pueblo y no conocía una partera en la zona. Le tocó parir sin partera. La atendió su esposo en esos partos. Ya para cuando nacieron sus últimos wawas, Mami Mila se atendió sola. Al darse cuenta, las mujeres del pueblo le empezaron a acudir en sus partos. Así, poco a poco, fue aprendiendo. “Soy partera por la necesidad de las mujeres de mi comunidad,” me cuenta ella.
Por este camino llegó Martha Arotingo a la partería. Desde niña vio los partos de su madre, siendo la mayor, y también los de las mujeres de su comunidad que Mami Mila atendía. Con el tiempo, Martha se convirtió en mujer y tuvo sus propios wawas. El llamado de la partería era muy fuerte para ella en esos tiempos y no pudo evitar el hilar de la vida que la trajo a este camino. Siguió acompañando a su madre en los partos, siempre aprendiendo más en cada ocasión. Eventualmente, llegó el día en que le tocó atender un parto sin la Mami Mila. Y aunque quizás tuvo miedo, le entró el coraje.
Ese día no estuvo sola, ni en ninguno de los partos que llegaría a atender. Martha siempre va acompañada de las plantas medicinales y sus poderes curativos, de los espíritus y los ancestros de la naturaleza, y del respaldo de su familia y amigos. En su poema “Criando la Vida,” Martha habla de cómo el embarazo con su último hijo Jempué la conectó más a la partería. El hijo en su vientre la enraizaba a una “sabiduría ancestral” que la acercaba al llamado de los partos. “No puedo negarme, es un deseo incontrolable,” nos cuenta (20). Los roles de la Mami Mila y la Martha cambiaron. Fue una transferencia de conocimiento entre las dos. Mami Mila le pasó el don a su hija, y con ella lo dejó, enfocándose ahora en la sanación con las plantas medicinales, entre otras cosas. Aún así, Martha sabe que en cualquier parto su madre a solo una llamada estará, lista para acompañarla con sus palabras de consejo.
El conocimiento de Martha siguió creciendo y el rol en su comunidad se expandió. Empezó una escuela de partería tradicional en Cotacachi para las comunidades Kichwa de la zona, llamada Unanchu Mamakuna. Por suerte logré acompañarlas en una de las salidas de campo que tenían programadas. Con el grupo de estudiantes, nos montamos a un camión y subimos la montaña hacia las afueras de Cotacachi. Llegamos hasta donde la calle no daba más para conducir y de ahí continuamos el recorrido a pie. Ese día visitamos a la partera Mama Rosa Elena Flores en su casa. Ella es una mujer que debe de tener más de 70 años de edad y ha sido partera de cientos de partos en su comunidad. Como la madre de Martha, empezó este camino en sus propios partos. En el Kichwa que hablan en la Sierra, Mama Rosa Elena nos contó de su vida como partera, hablando de muchas de las cosas que vio y sintió: momentos de felicidad, alivio y tristeza. En varias ocasiones soltó sus lágrimas a ese apoyo especial que le dieron las estudiantes al escucharla. A pesar de que yo no le entendía sus palabras, podía sentir sus historias a través gestos y expresiones. La energía de sus historias era palpable entre el fuego, el humo y la tierra.
Entre sus muchos trabajos como partera, maestra y mamá, Martha también viaja a las casas de muchas madres para hacer citas prenatales y de postparto. En estas citas Martha habla con las madres y les revisa el útero con las manos. El primer día que conocí a Martha fue cuando me invitó a acompañarla a sus citas en Quito. Cada fin de semana, Martha viaja a la capital. Su compañero de trabajo y conductor es Jonathan, y coincidencialmente, su compañero de vida. Ese día llegué a Quito desde Costa Rica, la mañana del 15 de enero. Era un domingo y cuando me bajé del avión, fui directamente a encontrarme con Martha, Jonathan, y también con Mariela, partera aprendiz de Martha que viene de México. Al acompañarlas ese día no solamente me di cuenta de todo el trabajo que hace Marthita, pero también fue la primera vez que empecé a aprender del útero fuera de su función en el embarazo.
En las citas de ese domingo vi muchas cosas. Muchas de las citas a las que fuimos eran de posparto. Algunas madres dieron a luz hace solo unos días, otras hace años, a través del parto vaginal y también cesárea. Al llegar a las citas, Martha conversaba con las mujeres para aprender de cómo fueron sus partos, cuantos wawas tenían y cómo se sentían al respecto de esas experiencias. “¿Cómo te puedo ayudar?” Les decía. “¿Tienes alguna molestia?” Después de escucharlas procedía a sentir el útero de las mujeres. Les pedía que se acostaran y que levantaran las rodillas, para relajar la parte baja del abdomen y así poder sentir mejor. En cada útero hay una historia.
Algunos úteros estaban inflamados. Tal vez la madre no había descansado después del parto o quizás fue un parto bien fuerte. A ellas las masajeaba para que soltaran la tensión que llevaban. Otros úteros estaban mal acomodados, muy arriba, de lado, o muy abajo. Estas posiciones pueden causar incomodidad, dolor o molestia. En algunos casos la presión del útero en otros órganos como la vejiga puede causar hasta incontinencia. La posición y tensión del útero afectan el cuerpo físico y también el emocional. Estas condiciones pueden tener impactos a largo plazo que pueden pasar desapercibidos o en ciertos casos sí se perciben los síntomas, pero tal vez no se sabe a qué atribuirlos. ¡Algunas mujeres hablaban de los dolores que habían sentido por muchos años después del parto! O de tristezas que permanecían dentro de ellas.
A veces a las madres les da algo que llaman el “sobreparto” después de parir, que suele tener conexión a la salud uterina. El sobreparto es como un bajón que puede ocurrirle a la madre después de dar a luz. A veces pasa porque el parto consumió mucha de su energía y se siente desgastada, o por una hemorragia grande que le ha dejado su cuerpo con bajos recursos. Otras veces es porque la madre no logra descansar después del parto o le entra un frío por no cuidarse bien. Esto se presenta en la madre como fiebre, escalofríos, dolor de huesos, baja energía, depresión, entre otras cosas. Observé en las visitas que en muchas ocasiones en las que el útero estaba fuera de balance, la madre también se había sentido enferma o débil en la etapa de recuperación del parto.
Para ayudar a las mujeres que hacían citas de posparto, Martha les acomodaba el útero con las manos. Lo masajeaba y ayudaba a encontrar la posición ideal entre el hueso púbico y el ombligo. También manteaba a la mujer con un rebozo o sábana. Para esto, se pone la sábana bajo las caderas de la mujer y con la ayuda de otra persona, se mueve a la mujer de un lado al otro, como mecedora, ayudando al útero a encontrar su lugar. De vez en cuando Martha recogía a la madre de las rodillas y la sacudía para sacar el útero de la pelvis.
Yo siempre había aprendido que el útero, cuando la mujer no está gestando, no se puede sentir porque es muy pequeño y se posiciona debajo del hueso púbico. Martha me enseñó que no es así. ¡El útero tiene presencia en nuestro cuerpo y se siente! Por primera vez me pregunté, ¿Dónde está mi útero? ¿Puedo encontrarlo? Durante mi estadía en la comuna de la familia Arotingo, Martha me revisó el útero. Me dijo que estaba metido hacia atrás. Hace unos años me caí de un caballo que estaba entrenando y se me torció la cadera. Me pregunto si el accidente también pudo afectar la posición de mi útero.
Para acomodar el útero y ayudarle a encontrar la posición después de un parto o de algo como una caída, Martha recurre al encaderado. La encaderación es una práctica antigua que tradicionalmente se les hace a las mujeres después de parir en los Andes. Puede ser tan solo días después del parto o años. Se encadera a la mujer después de revisar que el útero esté en buena posición o de ser reacomodado. Martha siempre recomienda un encaderado después del trabajo de parto o de un aborto. También se hace para aliviar la presión de los huesos de la cadera y ayudarles a juntarse otra vez de manera alineada. El encaderamiento es un trabajo tanto físico como espiritual. Ayuda a la mujer a cerrar la etapa de gestación y continuar su camino de vida.
Para encaderar, Martha dobla la sábana de tamaño matrimonial de forma muy habitual a sus manos. Pone la sábana doblada bajo las caderas de la mujer y la envuelve de una manera que se ajusta sobre la pelvis. De aquí, Martha sostiene un lado de la sábana y otra persona el otro. A la cuenta de un, dos, tres, las dos jalan, apretando las sábanas y tallando las caderas. Para terminar, se amarran las puntas de la sabana sobre el huesito púbico. Después de la acomodación de útero, el manteo, y a veces el encaderado, muchas mujeres expresan alivio inmediato y en ellas se les ve la esperanza de que pueden vivir de otra manera.
Martha le recomienda a las mujeres quedarse acostadas por un tiempo después de este trabajo en el útero. Les deja plantitas para tomar en té, como el toronjil, la cola de caballo, la manzanilla y el escancel, y también otras para hacer un baño medicinal, como las hojas de mandarina. Las plantas apoyan este trabajo con el útero. Vi que las mujeres se sentían muy agradecidas con este proceso. Muchas de las mujeres que acudían a la Marthita llevaban los úteros bien cargados de las energías de lo que les había pasado en sus vidas. A veces, le contaban a Martha de esto, otras veces no, aunque se les veían esas cosas atrapadas por dentro. Con o sin palabras, sé que Martha percibía todo eso que llevaban. De vez en cuando, al terminar la cita, Martha nos contaba de lo que sentía en sus manos después trabajar con los úteros de las mujeres.
En el taller de Ritualidades Postparto que dieron Martha y Luzmila, durante la última semana que estuve con ellas, aprendimos cómo buscar y sentir nuestros propios úteros. Me costó mucho sentir y ubicar el mío. Le pedí a la Mami Mila que me sintiera el vientre. “Este útero es un fantasma,” me dijo, riendo cuando vio mis ojos grandes de preocupación. Ella estaba bromeando, jugando conmigo un poco para aligerar la situación. Me explicó que sí lo sentía hacia atrás y con las manos me delineo los bordes de mi útero haciendo bastante presión.

Más tarde volveré a intentar localizar mi útero a solas. Con las manos sobre mi vientre, meto los dedos con firmeza y busco en el sitio donde sé que debe estar mi útero. Cierro los ojos. En ese espacio entre mundos de color azul profundo, aparecen las alas enormes de un ave Zopilote. Sus plumas largas se extienden a lo lejos y me llevan en el viento. No veo la tierra o siquiera un lugar donde aterrizar. Estamos en el horizonte indefinidamente. La Zopilota es la guardiana entre la vida y la muerte, limpiando lo que ya no es para abrir espacio a lo que está por nacer. Me abrazo sobre su espalda, alas y ojos abiertos, en esta búsqueda de una visión en donde llego al aparecimiento de mi cuerpo vientre, centro de poder, hogar de mi linaje ancestral.
Un parto es una revolución y cada gota de sudor marca el camino entre madre e hija o hijo, entre familia y comunidad, entre la persona que soy hoy y quien llegaré a ser mañana. Parir el cambio en sangre viva requiere esfuerzo, presencia y coraje. Necesita amor, siempre amor y dulzura en estos momentos inolvidables de dificultad. Las revoluciones llegan en ciclos. Lo que damos de nosotros ahora marca lo que es posible en las historias que traemos al mundo. Y los ciclos son espirales, girando, vuelta sobre vuelta, enlazando lo que solía ser con lo que vendrá. Por aquí nos lleva el camino de la ancestralidad y la re-generación.
Y al final
me reencuentro en mi espacio:
en mi casa
con mi ayllu,
en mi habitación
en donde nacemos juntos
mi guagua y yo
–“Criando la vida,” Al inicio de la Vida, Martha Arotingo
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